24/9/08

Domingo 14 de Septiembre de 2008

Madrugamos para tomar la primera lancha que partiese río abajo hacia el cañón del Sumidero; pero tuvimos que esperar un par de horas hasta que se llenasen sus 10 asientos. Eso nos dio tiempo para desayunar en condiciones y dar un paseo mañanero junto al río, pero nos perdimos el gusto de ver las primeras luces del día deslizándose por los acantilados. Cuando por fin nos pusimos en marcha el día ya estaba avanzado, y las brumas del río se habían disipado. Durante unos kilómetros nos llevó la lancha por el valle amplio del río, en dirección a la enorme puerta vertical que se abría como una brecha artificial en el muro de piedra que continuaba como una barrera natural hasta el mismo San Cristóbal, coronando su extremo oriental. Al principio nos internamos en alturas medias, acantilados de trescientos metros de roca desnuda a la que se encaramaban cactus candelabro enormes como árboles. Pero poco a poco las escarpaduras se hacían más y más imponentes, cerrándose además la anchura del cauce por el que cruzaba el río acelerando su paso. En los últimos bancales de arena que aparecían a los pies de las paredes, y hasta los que llegaba una espesa selva por la que trepaban algunos monos, descansaban caimanes de más de tres metros de longitud. Inertes, varados en el barro, no parecían tan impresionantes como cabía esperar. El barquero desviaba el rumbo para acercarse con delicadeza a la orilla y permitirnos mejores vistas de los caimanes, y alguno se acababa incomodando y reptaba hasta el agua para convertirse en un ser más ágil, en una amenaza más evidente que sí despertaba atávicas sensaciones.







Poco a poco nos internábamos en el cañón, hasta llegar al punto más estrecho y más alto, 1.000 metros verticales que en realidad eran difíciles de apreciar en su verdadera magnitud para la limitada perspectiva humana. Por aquel risco interminable se arrojaron los guerreros aztecas derrotados por las tropas de Diego de Mazariegos, prefiriendo inmolarse antes que rendirse a quienes ponían punto y final a su Imperio. Aquel español quedó admirado por la valentía de los indígenas, y retiró sus tropas de la región para volverse a San Cristóbal.







En el recorrido pasamos cerca de varias cascadas que se precipitaban al caudal principal, naciendo de alguna cueva en la pared vertical. Pero si alguna merecía destacarse era la que llamaban Árbol de Navidad, cuya agua caía al vacío desde la altura para pulverizarse en una fina lluvia como una gasa blanquecina y finísima que humedecía los musgos colgantes de las paredes. El paseo continuó hasta dejar atrás los escarpes y entrar en el ensanchamiento de un pantano que un poco después domesticaba las antaño bravas aguas del río.







Había valido la pena tomar la lancha y ver aquel espectáculo de la Naturaleza. De vuelta a Chiapa de Corzo, recogimos las mochilas y tomamos el colectivo a Tuxla. Varias veces habíamos preguntado por la terminal de segunda clase para tomar el autobús más económico a Oaxaca; pero imagino que por ser extranjeros y suponérsenos un nivel adquisitivo elevado, nos habían indicado la de primera clase, y una vez allí tuvimos que volver a cruzar la ciudad en un colectivo para por fin llegar a la estación de segunda. La diferencia de precio era de más del doble, y la similar calidad del autobús no lo justificaba. En realidad, la única explicación era que los ricos están dispuestos a pagar el doble para no tener que viajar con los pobres. Así, para los mismos trayectos, hay dos terminales separadas en la ciudad; una para pobres y otra para ricos, aunque el estado de los autobuses sea parecido. Me acordaba de haber visto algo similar en la India, pero claro, la India era el país de las castas, no lo esperaba en México. En la India, los trenes tienen primera, segunda, y tercera clase. La tercera clase es uno de los infiernos más agobiantes que se pueda imaginar, y tuve el gusto de probarla durante unas horas. Pero la segunda y la primera clase son exactamente iguales, con la misma porquería y las mismas cucarachas. La única diferencia es que en primera clase viaja la casta superior, pagando un precio exagerado, y en segunda clase viajan los demás, en las mismas condiciones, pero a un precio razonable. El único sentido es el deseo de las clases o castas de no compartir vagón. Curioso mundo éste, y extraña lógica para la que no vale utilizar la propia.
También nos habían informado mal sobre la duración del trayecto a Oaxaca. En lugar de 5 horas, tardaba 11 en llegar. Con 5 horas hubiésemos llegado por la tarde, a buena hora para buscar acomodo. Pero con 11 horas, si salíamos a mediodía llegábamos pasada la medianoche a Oaxaca, y no era buena idea recorrer la ciudad cuando fuese pasto de los vampiros. La mejor opción era tomar el autobús de la noche para llegar de mañana a Oaxaca, y pasar las horas hasta entonces dando una vuelta por Tuxla. Así que dejamos las mochilas en consigna, y salimos a hacer tiempo hasta la hora de tomar el autobús. Con todo cerrado por ser domingo, y poca gente en la calle, no había mucho que hacer ni que ver en la ciudad a parte del mercado cubierto. Se nos fueron las horas paseando hasta que regresamos a la estación con tiempo de abrigarnos y prepararnos para el aire acondicionado del autobús.
.
.
.
.