24/9/08

Miércoles 17 de septiembre de 2008







Me levanté como me acosté, febril y dolorido. Con abrigarme y cuidarme a base de sopita caliente y aspirina no me podía durar mucho tiempo, seguramente sólo un día. Pero no estaba para muchos trotes aquella mañana. Aunque habíamos previsto alguna visita por los alrededores de Oaxaca, la cambiamos por un día lento y relajado, paseando por las calles de la ciudad. Entramos en alguna iglesia más de las numerosas barrocas que poblaban las cuadras de Oaxaca; el mercado, tienditas de artesanía local, y rincones para el recuerdo, aunque algo agrisados por la meteorología.






Pasando por las calles del sur nos encontramos con las vías desmanteladas del tren. México había dispuesto años atrás de una amplia red ferroviaria que cubría su extenso territorio; pero en los años 80 fue íntegramente privatizada en pos de la fiebre neoliberal que desembarcó en los países hispanoamericanos con más fuerza que en los propios EEUU. En pocos años fueron cerradas una línea tras otra, hasta que en la actualidad no quedaban ya más que algunos trayectos sueltos destinados a recorridos turísticos. También en España llevábamos más de una década de desmantelamiento de lo público: en sanidad, en educación, en transporte, etcétera, los antiguos sistemas públicos de calidad y al alcance de todas las clases sociales estaban siendo sustituidos por el fomento de lo privado. Con mucho ojo se habían encargado de arruinar la calidad de la enseñanza y la sanidad públicas, de modo que llegábamos a nuestros días con un mundo privado y de buena calidad para los ricos, y otro público y misérrimo para los pobres. Volviendo al tren, se habían construido en España líneas de alta velocidad al alcance sólo de las clases pudientes, y a cambio se habían abandonado y anquilosado las líneas regulares entre provincias. Nos habían convencido de la bondad de todo esto contándonos el cuento de que la mayoría ya éramos clase media, y picamos el anzuelo. Pero la supuesta clase media sólo vive bien gracias a las deudas con el banco, y llegando al final del 2008 tocaría darse de bruces con la realidad, tras un par de décadas de aparente bienestar. Quien debe 50 millones de hipoteca a un banco no es clase media, es clase baja y esclava. Y no puede tomar el AVE para ir a trabajar cada día.

La clase media fue un invento de Occidente para contraponer una cuña a las clases sociales históricamente descontentas, y tal vez tentadas por los ejemplos revolucionarios de la Unión Soviética, que durante gran parte del siglo XX supusieron una alternativa real al sistema capitalista, al menos en el sentir colectivo de millones de personas. Para evitar que los pueblos de occidente siguieran el ejemplo soviético, suavizaron las condiciones económicas y sociales de una parte importante de la población, lo que se llamó en adelante la clase media. Pero caído el bloque soviético y desaparecida la ideología que lo movió, sin riesgo ya de revoluciones similares, Occidente ha pasado las dos últimas décadas desmantelando el supuesto estado de bienestar; y con ello, la clase media está condenada a desaparecer. Al final del camino inmediato sólo queda una sociedad dividida en los muy ricos que hacen y deshacen a sus anchas, y los demás, la mayoría, que sobrevive como puede; a tiros si es necesario, como por estas latitudes que recorríamos. En países como México, dos sociedades opuestas que no se ven ni se tocan entre sí comparten una región del Mundo. Y hacia ese modelo de sociedad nos estamos dejando llevar con dulzura en nuestros países supuestamente desarrollados.

El tipo que vigilaba la posada después del atardecer era grande y fornido, y de lejos se veía que se había curtido en las calles. Nos recomendaba no alejarnos más que un par de cuadras del centro ya entrada la noche, pues la calle quedaba a merced de lo que él llamaba “puro malandrito”, chavales con poco que perder y que asustaban incluso a un tipo como él. Nuestro amigo reconocía que no salía a partir de cierta hora. Las vías del tren, pensaba yo, las vías del tren…