17/9/08

Miércoles 10 y Jueves 11 de Septiembre de 2008






Durante dos días esperamos en balde que los de la Junta nos asignaran alguna tarea. Ya nos había avisado Elisabeth que esto sería así, y que de no buscar nosotros a quien estuviese haciendo alguna labor para ofrecerle nuestra ayuda, no tendríamos mucho más que hacer allí que charlar y pasear. Al menos el entorno era hermoso, en medio de un lugar rebosante de vida natural. Con Elisabeth nos dimos algún paseo montaña arriba, y nos bañamos en los saltos del riachuelo transparente que venía de la sierra.








Las tormentas de la tarde se pasaban bien tomando un café en el bar del EZLN, conversando y viendo caerse el cielo sobre la tierra. La actividad del caracol era casi nula, y cuando las asambleas finalizaron no quedó mucha más población que los responsables de la Junta y de Vigilancia.









Un grupo de observadores alemanes llegó por la tarde, dando un poco más de vida al solitario lugar. Mientras ellos trataban de hervir frijoles en una hoguera de leña, nosotros cocimos pasta en una cocina de gas que había conseguido Elisabeth, y cenamos los tres en la oscuridad de un apagón que duraría toda la noche y el día siguiente.

Elisabeth era aprendiza de bruja, y más entrada la noche, a la luz de unas velas titilantes que creaban una atmósfera misteriosa nos hizo una sesión de Tarot. Yo soy un escéptico profesional, sólo creo en el Big Bang, y ni siquiera. Pero como juego y como curiosidad me pareció algo divertido. Cuando ya confirmé que pronto sería guapo, rico y famoso, los tres salimos a despedir la noche entre luciérnagas, por el camino que continuaba tras Garrucha; aunque no mucho más allá, pues la presencia del ejército y de los grupos de paramilitares hacía arriesgado alejarse demasiado.








El jueves fue otro día inactivo, y más o menos repetimos la rutina del anterior. Al menos había quedado atrás el frío de San Cristóbal, pero los mosquitos y las pulgas me tenían envuelto en una comezón ya desesperante. Para mí aquélla era demasiada inactividad, y Susana volvía a decepcionarse por la falta de interés de los de la Junta por alguien que venía de tan lejos a ofrecer ayuda y a aprender de ellos. Los observadores alemanes se desesperaban: nosotros, después de todo, estábamos haciendo una pequeña parada en un viaje de recorrido; pero los alemanes habían asistido a talleres y habían cruzado medio mundo para ofrecer una ayuda que no parecía ser recibida. La idea de su estancia allí era el ser enviados a alguna comunidad que últimamente tuviese conflictos con las fuerzas del Estado, pero los de la Junta dejaban pasar el tiempo sin asignarles destino ni misión. Saltaba a la vista que el autogobierno de que se habían dotado las comunidades era democrático hasta el extremo; pero también terriblemente ineficiente. Nosotros habíamos visto ya bastante, y por la mañana abandonaríamos el campamento zapatista para continuar nuestro viaje.








Para Susana, estos pueblos que trataban de cambiar la realidad sin violencia y sin derrocar el poder establecido mediante la clásica revolución, eran una esperanza de un futuro más democrático y justo al que llegar sin recurrir al estigma de la violencia. Pero se iba sin entender nada. Pensando que era muy difícil cambiar el mundo. Pensando que todo estaba perdido, y que esta realidad desagradable en que vive la Humanidad era lo único de lo que somos capaces. Bienvenida al club de los escépticos.

Al menos se habían organizado y las decisiones que les afectaban localmente las tomaban ellos. Pero sin los recursos económicos del Estado que no pretendían derrotar, sólo administraban la miseria. Jóvenes idealistas como Elisabeth soñaban con que el tipo de autoorganización de estas comunidades se extendiese a todos los niveles, y que pueblos y ciudades tomasen el control de sus destinos democráticamente, arrinconando al poder despótico del Estado y hacíendolo innecesario. Pero esto no parecía más que una quimera, y cuánto se reirían los oligarcas de todo esto...