16/9/08

Viernes 5 de Septiembre de 2008





Susana estaba viajando en una situación un tanto precaria desde que le robaron el bolso en nuestra habitación de Tulum, con un papel firmado por un policía como única documentación. Habíamos decidido continuar y buscar el consulado español que nos viniera más a mano, y Tuxla Gutiérrez, a una hora de San Cristóbal, era una opción muy buena. Así que después de desayunar en la posada caminamos hasta el sur de la ciudad y tomamos el autobús de Tuxla. Todo el recorrido no fue más que un empinado descenso, desde los fríos, lluviosos y plomizos 2.200 metros sobre el nivel del mar de San Cristóbal, hasta los húmedos y sofocantes 500 metros de Tuxla. Ya se nos había olvidado que nos hallábamos en el trópico, y veníamos descuidados con pantalón vaquero, camiseta larga, y gorro de lana, para según descendíamos darnos cuenta de que al llegar a la ciudad íbamos a cocernos en salsa.Durante el recorrido disfrutamos de las vistas del amplísimo valle que seguía a las montañas boscosas por las que nos descolgábamos en aquel destartalado cacharro que temblaba y gruñía tratando de no acelerarse más de la cuenta. Tuxla, la capital del estado de Chiapas, era una ruidosa y agitada ciudad sin atractivo alguno, en la que no tenía sentido quedarse una vez solucionado el tema del pasaporte.



El consulado estaba al otro lado de la ciudad, y no teníamos mucho tiempo antes de que lo cerraran a la hora del almuerzo; así que tomamos un taxi, y después de un recorrido turístico por callejas secundarias para evitar el atasco, llegamos a la dirección que nos habían dado. Se trataba de una ferretería industrial. La verdad es que era el último lugar en el que podía imaginarme la sede de un consulado, pero el número era correcto. En la oficina nos lo confirmaron. El Cónsul Honorario, un español que llevaba 50 años en México, era el dueño de la ferretería, y allí atendía los asuntos consulares.



Mientras Susana rellenaba los formularios para pedir un pasaporte nuevo, yo charlaba con el Cónsul, alegre y charlatán, que recordaba más al presentador de algún concurso televisivo norteamericano que a un diplomático. Había salido de la España de las cartillas de racionamiento, y en su país adoptivo había medrado hasta convertirse en un próspero empresario. Cuando le pregunté si no tenía miedo, si no sufría los chantajes y amenazas de mafias y criminales, bajó de pronto su tono de voz. Casi en un susurro reconoció que vivía con el alma en un puño; pero qué podía hacer a estas alturas. Su vida, su negocio, su familia, estaban aquí... aunque a menudo viajaba a España a ver a sus hermanos, ¿regresar a España? Y cómo, a estas alturas de la vida. No había más remedio que adaptarse, y seguir viviendo. Una vez más me asombraba la capacidad de aceptación y adaptación del ser Humano.



Mucho había cambiado España desde que él la había abandonado años atrás. Ahora se vivía bien allá, me decía. Aunque añadía que volvían malos tiempos, con una crisis de la que no saldríamos en mucho tiempo. Las palabras "burbuja inmobiliaria" habían cruzado el charco, y le ponían los pelos de punta. Me contaba que los gobiernos sudamericanos estudiaban dar créditos a las constructoras españolas para que siguieran con su actividad en América; podía ser una buena manera de repatriar y reubicar a los millones de hispanoamericanos que en breve se quedarían sin trabajo en España, causando un grave problema en origen y en destino.








Antes de regresar a San Cristóbal nos dimos un paseo por el centro de Tuxla. En efecto, no era más que un montón de hormigón ahumado y surcado por un tráfico irreverente, golpeado por estruendosa música latina que se superponía en cada esquina y en cada comercio para invitar a un consumo seguramente imposible y frustrante, dados los recursos escasos de la mayoría de la gente; e inundado por el carácter triste, desorientado y alienado que se respira en la mayoría de las urbes de este lado del mundo. Aquí la crisis moral y cultural a la que lleva el consumismo desaforado y el capitalismo a sus anchas, llegó hace ya tiempo. Las personas parecen máquinas deshumanizadas que olvidaron el Futuro en el camino. Hispanoamérica no representa una realidad alternativa a la nuestra transitoriamente plácida y europea; más bien representa, a mi juicio, un estado posterior al que nosotros vivimos, y que pronto sucederá a nuestro presente. Sin rastro de arraigo, sin resto de comunidad, la desconfianza que viene del miedo sustituye a otros sentimientos que son, y no el dinero, la raíz del bienestar humano.




El autobús de regreso a San Cristóbal nos devolvía a una atmósfera más respirable, y a unas calles que representaban el polo opuesto de las de Tuxla. Nos quedaban muchos rincones por visitar. Por ejemplo el museo Na Bolom, una casona colonial en el que unos exploradores noruegos acumularon durante décadas piezas y fotografías de los pueblos indígenas mayas. De allí caminamos hasta uno de los muchos centros culturales, donde se celebraba una mesa abierta sobre los ritos y costumbres indígenas acerca del embarazo y el parto. La ciudad bullía de cultura y actividades, y la charla fue una buena forma de tomarle el pulso. Numerosas indígenas tomaban la palabra para explicar conceptos y tradiciones relacionadas; viejas supersticiones seguían vivas tras siglos de colonización europea. Una cenita por el centro y algo de música en vivo en uno de los garitos de la calle Hidalgo, y a la cama, que había que madrugar.