11/10/08

Domingo 28 de Septiembre de 2008

El siguiente autobús nos llevaba con una soleada mañana a Taxco, una ciudad que durante siglos se había dedicado a la minería de la plata y a la joyería. Con más luz veíamos los alrededores de Cuernavaca, situada en un kilométrico talud levemente inclinado desde los volcanes que rodeaban al norte la ciudad de México, hacia los valles que conducían hacia el oeste al océano Pacífico. Y como siempre, en un verde esplendoroso rodeado de brumas de humedad.
Antes del mediodía estábamos en Taxco, situada en las faldas de empinadas montañas, cubriendo el espacio entre una decena de barrancas entre lomas. Esta orografía intrincada le había dado una fisonomía complicada, con cuestas interminables y un laberinto de callejas diminutas con casitas coloniales pintadas en blanco, muy españolas y algo descuidadas, mostrando un pasado lindo ya echado a perder. Buscando alojamiento por los vericuetos del mercado y el centro ya comprobamos que la ciudad vivía casi exclusivamente de la artesanía de la plata, y del turismo. Era una ciudad muy cara, y tras muchas vueltas encontramos un cuchitril con un precio asequible en los arrabales, gracias a la ayuda de un señor que se recorrió el pueblo con nosotros para llevarnos a la pensión mientras me hablaba de su juventud conduciendo camiones por todo el continente.






Parecía una ciudad agradable, aunque charlando con una chica que vendía postales en la magnífica catedral de la plaza central, supimos que la situación había empeorado en los últimos años, y había surgido una delincuencia que amenazaba con espantar al turismo. Con la reciente subida del precio de la plata, la venta de su artesanía se hacía más difícil, y esto había traído desempleo a la ciudad. Una creciente comunidad turca y china se dedicaba a la falsificación de piezas en plata, y así el turista menos avisado podía ser fácilmente timado, yéndose al piso la reputación platera de la ciudad. Para terminar, la emigración del abandonado campo hacia la ciudad había engrosado las filas de los desheredados, y las noches podían ser un tanto peligrosas.

Mientras ojeábamos los abalorios de una de las platerías pasó un nutrido grupo de personas con banderas del PRI, el partido que tras 70 años en el poder había dado paso al actualmente gobernante PAN. Según nos contó el platero, el PRI había convocado su mitin en domingo, ya que era el único día de la semana en que los campesinos podían dejar sus labores para acudir a la ciudad. El PRI solía ganar los comicios en el campo, ya que la pobreza llevaba a muchos de los campesinos a aceptar la compra de su voto por unos pocos pesos.







Susana quería llevarse algunos recuerdos de plata, anillos y cosas así, por lo que pasamos el día paseando por las cuestas entre casonas, y entrando en cada platería que encontrábamos. Bajando al barrio de la carretera, un poco más descuidado y oscuro, encontramos un cartel reivindicativo, y unos mineros entrando a un local presidido por una enorme bandera anarquista. Preguntamos por curiosidad, y tuvimos otra explicación que sumar a la interminable cuenta de problemas. Los mineros de la región llevaban más de un año en huelga; un tal Germán Larrea, el dueño de medio México y de las minas de plata, había reducido al mínimo la inversión en seguridad, lo cual había llevado a un accidente en el que quedaron sepultados 65 mineros; varios años después seguían bajo tierra, porque el magnate se había negado a gastarse el dinero en recuperar los cuerpos. Y tras tanto tiempo de huelga, más que vivir sobrevivían, aquellos hastiados mineros de gesto abatido.








Al anochecer nos sentamos, como buena parte de los Taxqueños, en los bancos de la plaza. Un estupendo ambiente dominical recordaba la vida en la calle de alguna capital andaluza, relajada y bulliciosa. En eso llegó un muchacho de unos 15 años, bien vestido y repeinado, a pedirnos un peso. Sorprendido, le pregunté por qué. Lo hacía como acto de humildad, pidiendo la moneda más pequeña posible; Susana se acordó de algo similar en China; para entrar en muchas empresas, se hacía pasar al solicitante un día pidiendo limosna en la calle, también como acto de humildad. No sé si acabé de entender la intención ni la idea, pero le regalé un pesito al muchacho, por simpático.
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