11/10/08

Martes 30 de Septiembre de 2008







Tras haber visitado las principales ciudades coloniales del Brasil, del Perú, de Bolivia o de Venezuela, esperaba descubrir una monumentalidad en la capital de México que finalmente no encontramos. Pasamos el día recorriendo las cartesianas calles del centro, los alrededores del Zócalo donde cabía esperar grandes mansiones, palacios enrejados e iglesias barrocas… y no había mucho de eso. La catedral tenía una extensa planta que la convertía en la más grande de Hispanoamérica, pero sus torres no demasiado altas engañaban en la perspectiva, haciéndola parecer mucho más pequeña de lo que en realidad era. La ciudad de México se había construido sobre las isletas de barro del lago hoy desecado en las que los Aztecas edificaran su Venecia americana, cruzada de canales y lagunas; tras cinco siglos, los edificios más antiguos habían ido cediendo sobre el suelo pantanoso, y así por ejemplo, la catedral mostraba un desequilibrio notable, unos suelos, unos muros y unas columnas inclinados casi al azar, y era poco menos que un milagro que aún se tuviese en pie. Así mismo, las pocas casonas antiguas que quedaban en el centro se arqueaban y se hundían más en una parte que en otra, dando a la ciudad la ondulación de una cartulina arrugada; pasando a su interior se podían ver sus patios descuadrados, sus escaleras tumbadas de lado. Tal vez esto motivaba que la mayoría de las construcciones fueran relativamente recientes, o totalmente modernas, estropeando un conjunto que, pese a todo, mantenía un cierto sabor provinciano y a la vez cosmopolita. No había grandes avenidas, sino estrechas callecitas de un solo sentido.








Detrás de la catedral asomaban, hundidas varios metros bajo el actual nivel de la ciudad, las ruinas aztecas del Templo Mayor; o más bien su base, ya que la mayoría de sus piedras habían ido a parar a la construcción de la catedral y de la nueva capital de los conquistadores. Mientras las recorríamos con la vista desde la barandilla de la plaza, se acercó a nosotros un guía mexicano con unas teorías algo sui-generis acerca de los antiguos dueños de Tenochtitlán. Según él, por ejemplo, los aztecas no tenían una retahíla de dioses como siempre nos habían contado en la versión oficial, la de los conquistadores españoles. En su visión, los supuestos dioses no eran más que símbolos de elementos, la lluvia, el Sol, la Luna, Venus, el fuego… y su adoración lo era a la Naturaleza como creación maravillosa y como sustento y salvaguarda de la vida humana. Por tanto, los sacrificios humanos no eran más que una leyenda interesada; nada de verdad había, pues, en los relatos según los cuales Hernán Cortés halló a su entrada en la ciudad 500.000 calaveras humanas apiladas, procedentes de los sacrificios de la pirámide mayor. Sólo había, para celebrar ocasiones especiales del calendario azteca, y cada muchos años, algún sacrificio voluntario. Y para el oferente la muerte no era una tragedia, sino un honor y un salvoconducto a una vida próxima más perfecta. La idolatría no era patrimonio azteca, sino, al contrario, de la nueva religión católica impuesta, que había llenado las iglesias de un politeísmo disfrazado, de santos y vírgenes, cada uno especializado en un tema (los comerciantes, los viajeros, la lluvia, el sacrificio, el amor, la fertilidad…) La virgen de Guadalupe había sido otro vergonzoso invento que nadie podía creer, pero que sirvió a los conquistadores para extender el catolicismo en aquellas tierras. La verdad es que pintaba tan lindo a los aztecas, que su versión no era para mí mucho más creíble que la de los cronistas del siglo XVI.

José era un ferviente nacionalista, pero reconocía que el problema principal de los mexicanos era que se negaban a sí mismos como indígenas y como españoles. Como él decía, los mexicanos no eran nada, ni una cosa ni la otra; y mientras no se solucionase este problema de identidad, el país seguiría reptando por el barrizal.
La Identidad. Un concepto que me molesta, que me resulta atroz. ¿Qué es la identidad? ¿Es que hay alguien idéntico a alguien? ¿Hay algo más deshumano que la Identidad? En mi opinión ni si quiera las ovejas son idénticas a las demás ovejas; esta necesidad humana de encontrar la identidad se puede observar en los adolescentes, en los pueblos dejándose arrastrar por nacionalismos y por dirigentes políticos nefastos. Doblegando su espíritu, su capacidad crítica y su iniciativa para poder pertenecer a un clan de seres que se parecen, que imitan una referencia ridícula. No abogo por el individualismo, pero creo que mientras no superemos estos conceptos tan básicos, el ser Humano no dejará de ser un pobre bicho indefenso y asustado, a merced de quien más alto grite.

Algo en lo que yo estaba plenamente de acuerdo con José, era que la independencia fue impuesta por los criollos; que así dejaron de pagar impuestos, de rendir cuentas a los peninsulares, y a partir de ese momento hicieron y deshicieron a su antojo. Y por supuesto, mejoraron infinitamente su situación. Pero para el pueblo mexicano había sido una continuación de su tragedia, y a su juicio no había mucho que celebrar los días 15 de Septiembre. La verdadera independencia aún estaba por llegar.
También nos explicó que los aztecas llamaban a los conquistadores “los apestosos”, porque por edicto del Papa nadie podía bañarse en el mundo cristiano para evitar frotarse las partes pudendas, y así el olor de los recién llegados horrorizaba a los refinados aztecas, que se lavaban varias veces al día.

Tras muchas vueltas y revueltas, acabamos volviendo de noche a las placetas de las danzas. Una batiente y ritual percusión rescataba el alma más tribal, las atávicas y nocturnas sensaciones que una parte de nosotros siempre vive como extrañamente propias.






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