24/10/08

Miércoles 15 de Octubre de 2008


Estábamos impresionados por la hospitalidad de nuestros nuevos amigos. Tan sólo habíamos compartido unas horas con ellos y nos hacían sentir como en familia, como en casa. Estaba claro que nos iba a costar decir adiós por la tarde, pero todavía teníamos todo el día para disfrutar del humor y de las anécdotas de Iliana y Manuel. Un largo desayuno, un relajado ambiente casero y amistoso, y Manuel siempre con su carácter resuelto y parlanchín, con madera de cómico y una mente privilegiada. No eran menos interesantes sus amigos. A medio día llegó Ismael, otro doctor en sociología que conocía a Manuel e Iliana de toda la vida, y que procedente de Mazatlán venía a unos congresos en Cuernavaca cargado con los mejores camarones del Mundo (los de su Sinaloa natal, por supuesto) para agasajar a sus amigos. Acompañamos a Manuel a recoger a Ismael a la estación de autobuses, y mientras hacían unos recados nos dejaron en las ruinas precolombinas de la ciudad. Tuvimos un rato para recorrer sus viejas piedras antes de que regresaran por nosotros, y de allí a hacer las compras para acompañar los camarones. Por tradición los camarones y la carne sólo los podían cocinar los hombres, así que Iliana y Susana se relajaron con un café mientras Ismael, Manuel y yo nos dedicábamos a preparar los camarones en augachile (crudos en un batido de limón y chile), y en ceviche, una especie de ensalada con camarones crudos en limón. Ismael venía de la región en la que se había originado el narco mexicano, y como sociólogo aportaba información muy interesante. Todo había empezado cuando en la Segunda Guerra Mundial EEUU había pedido a México que cultivase marihuana para sus soldados. México había escogido Sinaloa para hacer las plantaciones, y cuando pasada la guerra fue proscrito su cultivo y comercialización hacia el vecino del norte, nadie estuvo dispuesto a cambiar tan lucrativo negocio por el de las papas. Surgieron en seguida redes clandestinas para continuarlo, que con el tiempo crecieron en poder y recursos, y en violencia al luchar por la exclusividad del tráfico.

Años después se había hecho común la lucha a muerte entre las familias del narco por mantener el control; pero con el sangriento atentado de Morelia el pasado septiembre, México había asistido estupefacto a un salto cualitativo: suponía, de repente, todo un desafío al mismo Estado. Durante los años de la dictadura encubierta del PRI, al menos su cultura de la corrupción generalizada lo había hecho capaz de negociar espacios de poder con el Narco, y mantener un status quo aceptable. Pero con la reciente etapa del PAN, la coexistencia con el Narco había sido sustituida por una lucha a muerte, y el Narco estaba demostrando ser más fuerte y eficaz; en pocos años había salido de sus regiones originarias para extenderse por todo el país. Al final del camino, tal vez la debilidad y vulnerabilidad del Estado permitían pensar en su derrota a manos de un nuevo Poder, el del Narco. En el fondo no dejaba de ser la sustitución de un grupo de malandros gobernando, por otro grupo de malandros gobernando. Tan viejo como la Humanidad. De hecho, en muchos lugares gozaba de más apoyo popular el Narco que el mismo Estado, ya que eran los narcotraficantes los que construían las escuelas y los hospitales, los que daban trabajos bien remunerados, y los que movían la economía.
Ismael me recomendó leer “La Reina del Sur”, de Pérez Reverte, que según él había sido superado por la realidad. La novela hablaba de una mujer que había acabado dirigiendo el cártel de Sinaloa una vez que la mayoría de hombres con poder hubiesen ido a parar a la cárcel; y parecía ser que, efectivamente, la historia era verídica, y tal vez incluso más sangrienta y desgarrada que en la novela.

Se sumaron a la comida Omar y Vicky, otros dos doctores para la colección. Los exquisitos camarones acompañaron el típico pique de españoles y mexicanos; con socarronería desenfadada y amistosa trataba Omar de sacarnos los colores con anécdotas de su experiencia en España. Como cuando, caminando con su violín enfundado por el aeropuerto de Madrid, se dirigió a él la policía de aduana gritando sin respeto “Eh, tú, el de la guitarrita”. Lo cierto es que nos dejaba muy mal, pero como yo no podía por menos que reconocer que mi país no había terminado nunca de saltar los Pirineos, me reí tanto como los demás. Después de todo, Omar estaba casado con una española, así que no debía de tener tanto prejuicio como pretendía.
En un entrañable ambiente de humor y mentes selectas, pensé en Lucía, la hija de nuestros anfitriones, una afortunada niña que iba a crecer en un entorno insuperable; seguramente llegaría a ser todo un talento, y una amante de la vida.

El tiempo en México se agotaba, así que teníamos que continuar viaje. Con pena nos despedimos de nuestros amigos, y Omar nos acercó en su coche a la estación de autobuses. Suerte amigos, espero verlos muy pronto.

Para cruzar el centro del país y regresar al sur teníamos que tomar un autobús a Tuxla Gutiérrez, y así de paso recoger el pasaporte nuevo de Susana en el consulado de la capital de Chiapas. No había trayecto directo desde Cuernavaca, así que tomamos el de Puebla, y de allí el autobús nocturno a Tuxla.
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