24/10/08

Lunes 13 de Octubre de 2008

El conductor nos había dado la noche martirizándonos con corridos mexicanos a todo volumen. Cuando Susana le pidió que bajara la música, le contestó que si lo hacía se dormiría. Aún así se obró el milagro, y llegamos vivos, aunque muertos de sueño por no haber pegado ojo, al atasco mañanero de la capital. Buscamos una posada cerca del Zócalo, y en seguida salimos a pasear. En el mercado de artesanía curioseamos entre puestos de plata y telas con motivos étnicos; y en los puestos que rodeaban el Zócalo compramos un peluche para la bebé de Iliana, a la que íbamos a visitar de nuevo de regreso a Cuernavaca. Llamamos a Óscar para tomar algo y despedirnos, y por la tarde acudimos de nuevo a su casa. No tardó en llegar su novia Alexandra, y poco después Ruth, una española que llevaba unos años afincada en el DF, y que parecía mucho más a gusto con su nueva vida indiana que Alexandra. Llegó con un catálogo de ofertas de pisos recién reformados en pleno centro. Los más caros rondaban los 30.000 euros, y si hubiera llevado suelto no me hubiese resistido a la tentación de comprarme un par de ellos… casi como los precios de Madrid.

Aún se nos uniría otra chiquilla francesa, una viajera de aventura que no tenía aspecto de tal. Entre otros viajes, había caminado en solitario una ruta de 600 km por los bosques de Canadá, algo para quitarse el sombrero. Y allí estaba en México, disfrutando de la comodidad de ser extranjero en un país que desde los tiempos de Lázaro Cárdenas trataba a los de fuera mejor que a los de adentro. Colaboraba con una organización que ayudaba a los niños de la calle, pero estaba empezando a desvincularse de ellos. Por una parte, ayudando a unos pocos afortunados no se solucionaba el problema, que nunca se atacaba de raíz (la miseria y la exclusión), sino que se abordaba sintomática y superficialmente. Por otra parte, los tiempos de las pandillas de niños abandonados viviendo en la calle e inhalando pegamento para olvidarse hasta de la vida, ya habían pasado; la miseria se vivía en familia, y el abandono no era tan numeroso como en el Brasil de los Escuadrones de la Muerte, o el Perú de las Maras. Las ONG´s habían montado un negocio con el tema, y a falta de niños peleaban por sacarlos de donde fuese, para no perder sus jugosas subvenciones.

Juntos fuimos a disfrutar de las mejores vistas nocturnas del Zócalo y de la ciudad: desde la terraza de un hotel de interior art decó que por fuera pasaba desapercibido por su mugrienta fachada, se abría un privilegiado balcón al Zócalo iluminado y a los barrios marginales que al poco comenzaban y se encaramaban por algunas lomas, con un engañoso aspecto de agradable belén iluminado en la noche. Óscar señalaba unas cuadras más al norte, a la colonia de Tepito, donde era mejor no caminar si se quería salir vivo. Allí podía encontrarse cualquier arma, misiles y cohetes incluso. El narcotráfico se surtía en sus calles, y disponía de un armamento mejor que el del propio ejército, y de fusiles a los que teóricamente sólo tenían acceso los ejércitos de la OTAN, desvelando oscuras conexiones. Cuanto más sabíamos menos entendíamos este complejo país.
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