19/10/08

Miércoles 1 de Octubre de 2008

Coyoacán, el lugar de los coyotes en la lengua nahual de los mexicas, fue elegido por los conquistadores para construir sus haciendas y casonas. Allí vivieron Hernán Cortés y la Malinche, la princesa azteca que, encaprichada de Cortés, le abrió las puertas de la conquista de la capital. Se podía llegar en metro, así que era una excursión facilita. Saliendo de la parada del metro, y tras atravesar un extenso parque habitado por ardillas sin miedo, llegamos a las calles de intenso sabor colonial y caballeresco. Digamos que Coyoacán era lo que yo había esperado encontrar en el Zócalo, y que en realidad hacía mucho que allí había dejado lugar a construcciones más modernas e impersonales. El espíritu semitropical y relajado del lugar había acogido a los pioneros españoles, que allí vivieron como reyes durante generaciones; y aún hoy en día se respiraba un ambiente de clase media y alta bastante alejado del México de calle.








Tras las rejas se atisbaba algún enorme patio; pudimos visitar uno de ellos, abierto como casa de la cultura, para maravillarnos con la calidad de vida de los antiguos moradores. Alrededor de un gran jardín del tamaño de un parque se situaban varios edificios de corte rústico y solariego, cada uno destinado a uno de los hijos del fundador. El pozo, las fuentes, las bancadas de forja, y una parrilla enorme, habían sido testigos de una relajada vida familiar en común. Aquellos cuasi-bárbaros venidos de la península habían alcanzado en seguida un refinamiento y un estatus envidiable para el mayor de los nobles ibéricos. Los que habían hecho el canelo fueron los españoles que se quedaron en España… Y bien se entendía que sus descendientes optaran por la independencia y por asegurarse el dominio de un paraíso lleno de riquezas como lo era México.









De nuevo me sorprendía el poder pasear por un lugar tan exclusivo, seguro y adinerado como aquél, que había sabido conservar su encanto original poniendo al día sus detalles para la cómoda vida de las élites actuales. Tal vez sólo las casas de Cortés y la Malinche habían sido abandonadas a su suerte; todavía en pie, pero cubiertas de olvido, ni si quiera podían ser visitadas. En tiempos más recientes, había morado en Coyoacán el León Trotsky del exilio, y allí mismo fue asesinado por el espía de Stalin, el español Mercader. No tenía mucha gracia visitarla, pero sí la casona que perteneciera a Frida Kahlo y a su marido, el muralista Diego Rivera. Ésta última había sido convertida en un museo repleto de sus objetos de colección, libros y recuerdos, así como de algunas de las pinturas de ambos.









Después de comer en el mercado anduvimos hasta la parada de autobús para continuar unos kilómetros al legendario campus de la UNAM, la universidad más prestigiosa de habla hispana. En medio de una enorme extensión arbolada y ajardinada, surgía toda una ciudad aparte, con leyes autónomas, adonde teóricamente la policía no podía acceder. Bueno, excepto en el año 68, cuando entraron a sangre y fuego para acabar con las protestas estudiantiles. Paseando por los pasillos de sus facultades era fácil adivinar por qué se había originado el movimiento social del 68 en aquel lugar. Muy politizada, la mayoría de sus espacios comunes, pasillos y rellanos, estaban tomados por los estudiantes y sus asociaciones; carteles políticos revolucionarios de todo signo, convocatorias de marchas y conferencias… Se preparaba la inminente conmemoración de la matanza del 2 de Octubre del 68, cuyas víctimas habían sido en su mayoría estudiantes de la UNAM que se manifestaban en la plaza de Tlatelolco. Aquel día acabó con los sueños de un nuevo mundo de toda una generación. Cuarenta años después revivía el ambiente activo y creativo que nos mostraba todo un contrapunto a la adormecida juventud universitaria española, muy acostumbrada ya a dejarse llevar por la corriente y por los reality shows, de cabeza al precipicio. Viendo las noticias en la televisión cuando regresamos al hotel, nos encontramos con esos universitarios españoles: una congregación en la plaza Mayor de Madrid era noticia en el canal mexicano. Se habían reunido para reírse de la crisis, de la hipoteca y del Euribor, todos ellos entrampados de por vida para comprarse el agujero con techo. Cuando muy pronto se enterasen de que no dejarían nunca de ser esclavos del banco, y que a pesar de ello seguramente el paro que traería la inmediata crisis les haría perder sus casas por impagos, tal vez perderían las ganas de reírse. Es lo que tiene dejarse llevar alegremente por la corriente.
En el Zócalo empezaba a tomar posiciones la policía, cortando varias calles y flanqueando el Palacio de Gobierno. La marcha en recuerdo de la matanza del 2 de octubre tendría lugar la tarde siguiente; Susana quería acudir y ser testigo, y aunque nada indicaba que pudiera ser peligroso, yo no las tenía todas conmigo.
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