Como colofón del viaje decidimos pasar de nuevo por la playa de las tortugas. Preparamos las mochilas, y después de despedirnos de Carlos y compañía, tomamos el colectivo para Akumal. Llevábamos todo encima, así que no era cuestión de abandonarlo en la arena mientras buceábamos. En el punto de información turística conseguimos que nos guardasen las mochilas durante el par de horas que teníamos para el mar. Volvimos a disfrutar de las tortugas, de nadar a su lado o al de los peces, de la barrera de coral… Eran cosas que ciertamente extrañaríamos desde el mismo momento en que saliésemos del agua. La variedad, intensidad y cuantía de la vida submarina desbordaba con mucho la pobre naturaleza que se podía observar en la tierra firme. El despliegue de vida bajo el mar dejaba atónito al más insensible.
Sin ducharnos, con un leve secado, tomamos el camino de vuelta a la carretera, y en dos horas estábamos en Cancún. Buscamos una habitación para mí, que no volaba hasta la mañana siguiente y tenía que hacer noche, y dejando allí las mochilas a resguardo, salimos a dar un último paseo. Aún le quedaba algún regalo que comprar, y por los puestos de artesanía y plata completó la lista. Las horas hasta la noche se nos hicieron pocas, y sin saber ni por dónde, llegó el momento de la partida. Gracias por todo Susana, nos vemos pronto. Fue un placer.
La verdad es que llevaba meses sin pasar una hora solo, y cuando se subió en el autobús que la llevaba al aeropuerto, me sentí extrañamente melancólico y triste. Volví despacio a la pensión, salí sin ganas a cenar algo en los puestos callejeros, y apuré mis últimos tacos por una larga temporada. Maté las penas charlando con los otros viajeros del hostal, y dándome cuenta de que había perdido mucho inglés después de no hablarlo durante varios meses. La aventura continuaba, próximo destino: Santiago de Chile.
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