1/11/08

Martes 21 de Octubre de 2008

El plan era viajar a las ruinas de Uxmal, en medio de ninguna parte, y después de verlas continuar el recorrido hasta Pisté, el pueblo cerca del cual se encontraban las ruinas de Chichén Itzá. Eran muchas las horas de autobús, y mala la combinación para enlazarlos, así que madrugamos todo lo que pudimos para que nos cundiera el día. Nos habían asegurado que el centro de Campeche era tranquilo incluso en la madrugada, y que podíamos caminar hasta la estación de autobuses sin cuidado. Así que nos preparamos bien temprano, y a las 5 y media de la madrugada andábamos camino de la estación. Teníamos tres horas hasta Uxmal, y fue amaneciendo entre las brumosas junglas del Yucatán, con sus árboles de poca altura desperezándose en aquel plano infinito. Hubiera sido bueno dormitar un poco en el autobús; pero el gélido aire acondicionado de estos conductores locos nos tuvo tiritando todo el tiempo, con toda la ropa que teníamos embozándonos.

Nos dejó a las 9 de la mañana en el cruce de Uxmal, una de las joyas mayas de la península. Dejamos las mochilas en la boletería, y entramos al recinto recuperado a la selva que lo rodeaba.









La primera sorpresa fue una inusual pirámide, de base ovalada en lugar de cuadrada, aunque también escalonada y con un templo en su cima truncada. Los edificios que la rodeaban estaban decorados, a diferencia de las otras ciudades mayas que habíamos visto más austeras, con elaboradas grecas en piedra, relieves en sus fachadas, mascarones de dioses guerreros, serpientes de cascabel gigantes entrelazadas con la arquitectura de la pared,… Multitud de templos conservaban intactas sus cubiertas, y aparecían completos tras siglos de abandono. Sus techos de piedra permanecían como antaño, aunque hoy gobernados por murciélagos y golondrinas que aprovechaban su abrigo para anidar, y llenaban el interior de sus excrementos, produciendo un hedor insoportable que desaconsejaba adentrarse.

La plaza principal nos pareció cuando la vimos, la pieza más refinada de cuanto habíamos visto del mundo prehispánico. Parecía recién acabado, ampliamente decorada en sus cornisas y fachadas; ofreciendo sus escalinatas monumentales como si ayer mismo se hubiese celebrado la última de sus ceremonias políticas o religiosas. Un sorprendente eco devolvía una sucesión de retornos cuando cualquiera daba una palmada o un grito en su centro. Yo imaginaba que, sin otros ejemplos de construcciones con aquella cualidad, los habitantes de Uxmal habrían conseguido aquel efecto acústico por pura casualidad, pero Susana prefería pensar que tal vez aquellos mayas eran realmente sabios que conocían más de la física del universo de lo que queremos creer. Tal vez hoy convertidos en iguanas, los antiguos mayas seguían observándonos indiferentes desde lo alto de los muros y las piedras, ajenos a los insignificantes asuntos de los hombres.









Pasamos el amplio juego de pelota para dirigirnos al palacio del Gobernador, sobre una gigante plataforma artificial a la que se accedía por escalinatas a sus lados. Continuamos ascendiendo una pirámide todavía no recuperada por completo de manos de la selva, y que daba testimonio de un final abrupto en la larga línea de la Historia maya. Sus últimos pobladores trabajaban en la construcción de la siguiente superposición en la especie de cebolla por capas que eran las pirámides precolombinas, cuando de pronto la ciudad fue abandonada; las piedras que componían las imágenes de algunos de sus ídolos fueron depositadas en desorden dentro de un hueco del templo de la cima, y allí había terminado todo sin que hoy supiésemos la explicación.









Cuando finalizamos el recorrido salimos a la carretera para esperar el autobús y continuar camino de Mérida, la ciudad en la que podíamos enlazar con Pisté. Después de más de una hora esperando en vano, Susana habló con el conductor de una camioneta que se había parado para hacer un recado cerca de nosotros, en uno de los hoteles del complejo de las ruinas. Nos llevó a un pueblito, donde pudimos por fin almorzar y después tomar el transporte a Mérida. Por el camino nos habló de los mayas, que para ellos seguían siendo, hoy en día, mágicos. Decía que mucha gente recogía figurillas de las viejas casas mayas que por doquier aparecían arruinadas en la selva. Y que antes de que llegara el siguiente día, la figurilla desaparecía por arte de magia, y se la podía encontrar de nuevo en el lugar original. Una especie de superstición que no era trágica ni dañina envolvía las viejas ruinas que salpicaban la arboleda, y nadie osaba tocarlas bajo ningún concepto.









Tardamos algunas horas más en llegar a Pisté. Ya era de noche, y no lo alargamos: había que madrugar, nos esperaba la legendaria Chichén Itzá.
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