30/11/08

Lunes 24 de Noviembre de 2008

Recorrido: en autobús de Quellón a Puerto Montt, y de noche en barco a Chaitén.

La isla de Chiloé me había dado menos de sí de lo que esperaba. Quellón era la última escala, y en la oficina del puerto me confirmaron que ningún barco hacía el recorrido hasta Chaitén. Las carreteras chilenas se interrumpían al sur de Puerto Montt durante unos doscientos kilómetros de islotes y fiordos, y la continuación natural del viaje hacia el sur imponía cruzar en barco a Chaitén, y tomar allí la carretera Austral, una ruta de tierra que por más de 1.000 kilómetros recorría lo más remoto de Chile antes de llegar al callejón sin salida de los campos de hielos perpetuos. Si todo iba bien y el clima no me achantaba, desde el extremo sur de la carretera Austral cruzaría hacia el este a Argentina, desde allí continuaría por las pampas de la Patagonia, y quién sabe si alcanzaría Ushuaia, la legendaria ciudad situada en los confines del continente. Pero eso ya era soñar ciencia ficción; por ahora me conformaría con un tímido acercamiento y tanteo de la carretera Austral. Para ello no tenía más remedio que volver a Puerto Montt. En la oficina de la naviera en Quellón podía adquirir el billete, y contra lo que me habían recomendado con respecto a reservarlo con más de una semana de antelación, tuve suerte y pude hacerme con una plaza que quedaba para el barco de esa misma noche. Mejor combinación, imposible.

Después de un paseo un poco soso por las calles de Quellón, un pueblo sin ningún interés, recogí las cosas y me dirigí a la parada de autobuses. El trayecto a Puerto Montt, incluido el ferry que cruzaba de regreso al continente, duraba unas cinco horas. Las pasé leyendo y disfrutando desde la ventanilla del autobús del paisaje que me había hecho sufrir un poco más de la cuenta durante los últimos días. Llegado a Puerto Montt cené un poco y me acerqué al embarcadero del puerto. Las horas de espera se me hicieron cortas charlando y riendo con una pareja que había llevado a un familiar para que tomara el barco; a las 11 de la noche embarcamos, y me acomodé en una de las butacas. Mi ánimo estaba inquieto, tal vez ahora empezaba lo más duro del viaje. Lo veía como todo un desafío, recorriendo una carretera de pedruscos difícil, larguísima, en un área remota y despoblada. Tenía que descansar bien para llegar con energía.
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